Angélica Ávila Forero

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Museo Voraz, 2020
Editorial Laguna. Bogotá
Publicación (versión instalación)

«Yo quería ser coleccionista, pero no tenía la plata. Me habría gustado comprar todo lo que hacen mis amigas. Sus pinturas, dibujos, cerámicas y cositas. Estoy segura de que sus nombres se van a valorizar y de que podría especular con sus obras. Pero no tenía la plata.También quería tener una obra de alguien muy famoso en mi casa, solo por darme el gusto. Para que cuando llegaran señores a visitarme tuvieran de qué hablar. Ese habría sido el objeto delicado de la casa: el de los gritos nerviosos. Por el que nadie podría jugar con balones de fútbol ni bailar borracho. Nada de eso iba a pasar. No tenía la plata.

Tampoco la sala grande ni las paredes amplias, que son el primer prerrequisito para ser coleccionista. Y a mis amigas, amigos y a mí nos gusta bailar borrachos. Además, yo lo que quería era salir de mi casa, no armarme otra casa. No tenía plata, pero sí memoria. Y no me sentía a gusto en el lugar en el que estaba. Durante el encierro no me gustaba mi casa. Probé sentarme en cada puesto del sofá, del comedor, del mesón y en cada inodoro. Me senté en el escritorio que tengo en el cuarto y en mi cama sencilla. Me paré en cada pedazo de área del piso. Y no, no me gustaba. Probé a recostarme contra las paredes y en el piso, recorrerlo dando botes o arrastrándome, pero no lograba sentirme a gusto. A la casa no le faltaba espacio. Era otra cosa. No sé qué. Me aburría.

Me consoló pensar en nuevos espacios. No tenía plata, pero sí memoria, y escribir es más barato. No sé si durante la cuarentena los demás ladrones seguían ejerciendo, ni dónde estarían robando, pero yo decidí salir de caza. De ahí este museo imaginario. Robé obras porque no tenía cómo comprarlas y las archivé mentalmente, por-que tuve el espacio. Recopilar me produce placer. Decidí que mi museo no negociaría con las obras de su catálogo. Que sería un museo y no una galería, porque las obras no estarían en venta. El único motivo para que no estuvieran en venta era que yo no las había comprado. Después de la crisis, procuré que todas las obras que iba inventariando tuvieran una sala asignada. Las que quedaron en Seres vivos, cuyas paredes decidí, no sé en qué parte del proceso, pintar color jugo de tutti frutti, fueron...»


 

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