'Objetar'

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Camila Pardo
MUCHAS CARAS, 2023
Productor: OFICIO

¡Objetar!

Curaduría: Liliana Andrade

Cuando oigo la palabra objetar imagino que tiene otro significado diferente al que aparece en el diccionario. Imagino que la palabra se refiere a la forma cómo, de repente, los objetos aparecen. Pero no imagino esta aparición de los objetos como una especie de milagro luminoso, no. Lo pienso como una especie de extraña obstinación hecha cosa con la que podríamos tropezar si no estamos atentos. Tal vez un objeto es la huella que deja una idea, y, tal vez, el acto de dejar esa huella es una manera de objetar el orden de un trozo del mundo. Después de todo, un objeto propicia formas de uso, eso es importante. Nuestra relación con los objetos está lejos de ser contemplativa, es activa y sucede constantemente al usarlos y al hablar sobre estos. La forma de un objeto no es un resultado estático, por el contrario, es un enjambre dinámico de relaciones que involucran geometría, escala, color, textura, materiales, estructura, y un ritmo con el tiempo, la economía, la historia, la geografía, los afectos, los cuerpos, el medio ambiente y mucho más. Esta mecánica de la forma es lo que permite cuestionar las premisas sobre cómo están hechos los objetos y sus formas de uso, de esta manera, un objeto «objeta» el trozo del mundo en el que opera y al hacerlo nos transforma.

La muestra reúne 165 objetos contemporáneos hechos por diseñadores, artesanos, arquitectos y artistas colombianos. Están reunidos aquí porque, de diferentes maneras, cuestionan —¡objetan!— su proceso de creación, muchas veces contradictorio, ambiguo e incluso problemático, creando tensiones entre sus capas de configuración y búsqueda, pero que sorprenden justamente por eso.

Todo lo que vemos aquí tiene una historia que contar: ¿Por qué fue hecho? ¿Es sólo el material y este se ajusta a su funcionamiento? ¿No es la pieza ergonómicamente adecuada, pero hay una relación afectiva con ella? ¿Su proceso de producción corresponde a su geometría? ¿Su forma se ajusta a su uso? ¿Qué nos cuenta sobre su origen? ¿Cómo puedo controvertir su manera de construirla? ¿Cómo puedo tensionar las propiedades de su materialidad? ¿Su estructura complementa su forma, su ritmo, su equilibrio?

Muchos cuestionamientos existen a la hora de conformar estas piezas. Objetos de uso cotidiano hechos en delicadas formas en cerámica que problematizan su propia técnica, función, estructura, equilibrio o geometría; fibras blandas tejidas con eficiencia y precisión para soportar su uso, peso, tensiones o figuras; vidrios soplados que debaten su utilidad, origen o esqueleto; metales eficientemente cortados o plegados que discuten su gravedad, uso, las huellas de su soldadura, color o brillo; maderas que mediante su densidad, flexibilidad y versatilidad tensionan su silueta, la naturaleza de su especie, su lógica y hasta su construcción; plásticos que reflexionan sobre su procedencia, versatilidad y formas de humor. Un sin fin de planteamientos en desacuerdo y apariencias tensionadas a las propuestas propias de la producción objetual conocida en otras épocas.

Pero, más allá de todos estos cuestionamientos, existe una reflexión más extensa aquí:

Pensar en el diseño moderno —del mundo occidental como nuestro referente— a principios y mediados del siglo pasado, era pensar en que el gran reto era la «modernización», una necesidad de actualizar objetos y responder a unos contextos precisos después de la destrucción de las guerras: alcanzar unos ciclos de producción industrial, acceder al consumo masivo y afrontar los problemas de vivienda con mobiliario asequible a los nuevos estilos arquitectónicos, un diseño al alcance de todos.

Hoy nuestro contexto y reto es otro. Los procesos de industrialización deben cambiar radicalmente. El cambio climático, la globalización y el desborde en el consumo, plantean con urgencia la necesidad de nuevas formas y procesos de producción, y en Colombia conviven diversas de estas formas. Entender esos procesos híbridos como una gran cadena productiva de valor es fundamental porque propicia alianzas y colaboraciones entre todos los agentes del medio, incluyendo a artesanos, hacedores, talleres, industrias, diseñadores, artistas y arquitectos. Las alianzas, por supuesto, deben ser equitativas y deberían tender a intercambios horizontales de conocimiento. En el mundo de los objetos el saber no necesita de jerarquías, solo así podremos proteger el consumo local de nuestra cultura material, mejorar nuestro entorno social, construir relaciones más profundas con nuestros objetos, entender nuestras realidades y singularidades, y explorar mayores cuestionamientos y nuevas formas de creación. Este es un camino posible para producir «diseño colombiano» duradero, particular, coleccionable y de autor, quizá esta sea la forma en la que podamos seguir objetando.

 

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